lunes, 7 de abril de 2008

PRIMERAS AUSENCIAS


Querida princesita.
Aunque en buena cuenta ignores lo que estoy tratando de decirte, quiero que sepas que tu ausencia ha sido tarea difícil de asumir, aunque no estoy seguro si ese vacío donde te busco será suficiente para redimir mis culpas, mis intolerancias, y mis exaltaciones. Cada cosa que aprendes, cada novedad, cada primicia que regalas, son para mí dolorosas alegrías, emociones de transparente sabor agridulce. Esta breve distancia, que por momentos se hace inmensamente insoportable, me ha privado transitoriamente de tus locuras, de tus pequeños caprichos, de tu ternura.
Hace poco que aprendiste a despedirme agitando tu manito, con un beso diáfano, emotivo. Después de todo, aunque no entiendas muchas cosas, eres tú la que ahora me profesa el amor más despreocupado, limpio, despercudido de toda mugre, de todo interés. Y cuando llego a casa y me recibes con un grito de felicidad, comprendo que no hay alegría más genuina que la tuya, y que aunque no sepas a ciencia cierta quién soy, no hay cálculo en tu júbilo sino amor innato, instintivo.
Son esos pequeños grandes detalles los que me hacen falta y necesito con urgencia, cuando la jornada se termina después de creer haber cumplido, cabalmente, el compromiso con quienes me leen en los periódicos o en el Internet. Esta forma de extrañarte es nueva para mí, no me da tregua pero me deja vivir. Debe ser porque el nuestro no es un amor de anillos, ni de promesas de altares ni papeles firmados. Debe ser que yo no te escogí ni tu me escogiste sino que nos inventamos el uno al otro, para comprometernos con la vida, para necesitarnos.
Aunque tengas sólo nueve meses y no puedas leer estas líneas, quiero que sepas que tengo para ti un beso fresco y mucha prisa por verte. ¿Sabes? Ayer cuando regresaba de viaje y miraba en la pantalla del televisor cómo Lucy abrazaba a Sam, su padre con retardo mental, pude entender mejor el vínculo de la paternidad. Y recordé el día que naciste, frágil, hermosa, indefensa. Esa noche me quedé despierto cuidándote, contemplando tu belleza, inventando la forma, que tarea tan difícil, de ofrecerte un mundo mejor.
Y después de todos los apuros, las emergencias y las precariedades que pasamos juntos, saber que un día me abrazarás, del mismo modo que Lucy lo hacía con su padre, sin importar quien soy, quien fui y quien seré, me llena de coraje. Por eso, aunque tengas pocos meses e ignores todo lo que estoy diciendo, o escribiendo, quiero decirte que estos días no han sido sencillos. No podrían ser fáciles sin tu risita llenando la sala, sin tu llanto alimentando mi impaciencia, sin tus tamborileadas en el pecho, y sobre todo sin ti, que me llenas de razones para seguir. Hasta pronto Arantza Romina. (Abril deL 2008).

LA MORADA POSIBLE

Vivo en ninguna parte. Debe ser por eso que no tengo puertas ni ventanas. Debe ser por eso que cuando la tarde se apaga, una pena indescifrable me desangra el cuello. Debe ser por eso que este cuerpo tiene una pereza eterna para el sueño. Y debe ser por eso que me ha abandonado hasta la desesperanza, como si su necesidad por salvarse de las sombras fuese más urgente que la mía.

Vivo en ninguna parte y valdría lo mismo decir que mi morada son todos los rincones posibles. Y también los imposibles. A veces, cuando creo que estoy volviendo a casa y apresuro el ritmo ansioso de mis pasos cansados, siento una alegría torpe en el pecho. Alegría inútil, inservible, frágil. Una alegría que se revienta de vergüenza cuando caigo en la cuenta que voy a ningún lado y que nadie me espera en los umbrales.

Hace tiempo, mucho tiempo, que mi lecho está frío. Hace tiempo que sólo me acuesto con la muerte. Cuando por las mañanas despierto con los labios destrozados y la garganta atravesada por tu ausencia, retomo con insistencia el pensamiento inconcluso de la víspera en que te quedaste intacta y pronuncié tu nombre.

Y mientras dormitas tu incertidumbre, yo habito en los callejones y pantanos invencibles de la noche, pensando, pensándote, aguardándote con la esperanza insomne, esperando el día en que por fin llegarás, a pesar de tus desvaríos y caprichos indemnes.

Ese día en que finalmente se acabará esta vigilia inquebrantable. Ese momento en que cambiaré todos mis hogares por ese rinconcito irrepetible donde iré a buscarte en mis atardeceres, para refugiarme del mundo, para quedarnos, para ampararnos de la prisa, para detenernos a ver como pasa el tiempo por la arcilla que amasaron nuestras manos, aunque en ello se nos pase la vida.(Diciembre del 2006).