sábado, 6 de agosto de 2011

RÉQUIEM POR TOMÁS ELOY MARTÍNEZ


Sucede que los domingos se me están muriendo personas importantes. Al principio se marchaban un día cualquiera, como ese martes de enero de 2007 en que se apagó la vida de Ryszard Kapuscinski, o el jueves de setiembre de ese mismo año en que Luciano Pavarotti dejó de existir después de una larga lucha contra el cáncer. Pero hace más de un año que los muertos importantes, o mejor dicho, los que a mí me importan, tienen cierta predilección por los domingos. Como lo diría el poeta salvadoreño Roque Dalton, los muertos están cada vez más indóciles.

Desde luego, mis domingos ya no son los mismos. Mientras el resto de familias disfrutan de la tranquilidad del hogar, o se arremolinan en torno a parrillas de jugosos filetes, o visitan a los abuelos, o se van de paseo, o duermen, a mí me toca quedarme en la redacción del periódico hasta la media noche. Lo que me hace suponer que de alguna forma el diario se ha convertido los domingos en mi obligatorio hogar sustituto, y la fauna que habita esa jungla, en mi irrenunciable segunda familia.

El primero que tuvo el antojo dominical de morirse fue Mario Benedetti. Su desaparición fue un trago amarguísimo, el 17 de mayo de 2009. Meses antes el periodista Álvaro Ugaz estrelló su auto un domingo y falleció al día siguiente. En diciembre del año pasado, una de las hijas de Roy Soto, biógrafo de Haya de la Torre y dignísimo aprista, escribió en mi blog: “Roy Soto se quedó dormido, ya no despertará”. Era domingo.

Kapuscinski aseguró que para ser buen periodista había que ser primero buena persona. Tomás Eloy Martínez nos recordó después que el periodismo es fundamentalmente un acto de servicio. Como maestro de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), columnista del New York Times, pero sobre todo como el militante abnegado del buen periodismo, sus lecciones son numerosas.

“Un periodista no es un novelista, aunque debería tener el mismo talento y la misma gracia para contar de los novelistas mejores” sostuvo en una conferencia pronunciada en la SIP, el 2007. Él lo sabía bien porque además de brillante periodista fue el autor de novelas como El vuelo de la reina y Santa Evita, solo por nombrar algunas. Pero quizá una de las mayores reflexiones que dejó sobre el oficio, es la defensa del nombre de cada periodista como único patrimonio. Y el nombre se va devaluando con informaciones inexactas o sin verificar.

“De todas las vocaciones del hombres, el periodismo es aquella en la que hay menos lugar para las verdades absolutas. La llama sagrada del periodismo es la duda, la verificación de los datos, la interrogación constante. Allí donde los documentos parecen instalar una certeza, el periodismo instala siempre una pregunta” escribió.

Tomás Eloy Martínez dejó de existir el último 31 de enero. Sucede que también era domingo. La noticia sin embargo pareció conmover a pocos. Y era natural. Nadie ama lo que no conoce. Por eso la mejor forma de recordarlo es compartir sus enseñanzas. En su artículo “Los hechos de la vida” nos dejó uno de los mejores manifiestos que valdría la pena repasarlo juntos.

UNO. El único patrimonio del periodista es su buen nombre. Cada vez que se firma un texto insuficiente o infiel a la propia conciencia, se pierde parte de ese patrimonio, o todo.
DOS. Hay que defender ante los editores el tiempo que cada quien necesita para escribir un buen texto.
TRES. Hay que defender el espacio que necesita un buen texto contra la dictadura de los diagramadores y contra las fotografías que cumplen sólo una función decorativa.
CUATRO. Una foto que sirva sólo como ilustración y no añada nada al texto no pertenece al periodismo. A veces, sin embargo, una foto puede ser más elocuente que miles de palabras.
CINCO. Hay que trabajar en equipo. Una redacción es un laboratorio en el que todos deben compartir sus hallazgos y sus fracasos, y en el que todos deben sentir que lo que le sucede a uno les sucede a todos.
SEIS. No hay que escribir una sola palabra de la que no se esté seguro, ni dar una sola información de la que no se tenga plena certeza.
SIETE. Hay que trabajar con los archivos siempre a mano, verificando cada dato, y estableciendo con claridad el sentido de cada palabra que se escribe.
OCHO. Evitar el riesgo de servir como vehículo de los intereses de grupos públicos o privados. Un periodista que publica todos los boletines de prensa que le dan, sin verificarlos, debería cambiar de profesión y dedicarse a ser mensajero.
NUEVE. La clase política, la clase empresaria y, en general, los sectores con poder dentro de la sociedad, tratan de impregnar los medios con noticias propias, a veces añadiendo énfasis a la realidad. El periodista no debe dejarse atrapar por las agendas de los demás. Debe colaborar para que el medio cree su propia agenda.
DIEZ. Hay que usar siempre un lenguaje claro, conciso y transparente. Por lo general, lo que se dice en diez palabras siempre se puede decir en nueve, o en siete.
ONCE. Encontrar el eje y la cabeza de una noticia no es tarea fácil. Tampoco lo es narrar una noticia. Nunca hay que ponerse a narrar si no se está seguro de que se puede hacer con claridad, eficacia, y pensando en el interés de lector más que en el lucimiento propio.
DOCE. Recordar siempre que el periodismo es, ante todo, un acto de servicio. El periodismo es ponerse en el lugar del otro, comprender lo otro. Y, a veces, ser otro.

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